09 febrero 2021

EL ÁRBOL DE LOS COLGADOS


El recuerdo de los abuelos nos hace viajar en el tiempo, cuando los pueblos se revelaban en busca de mejorar sus propias vidas, de crear mejores condiciones para los más pobres, en busca de repartir la tierra a quien la ama y la trabaja, a quien verdaderamente vive de ella; Ilusiones que a más de 100 años nos hacen recorrer viejas veredas polvorientas, mismas que han visto pasar cientos de recuas sedientas y arrieros con los pies agrietados, pero con paisajes naturales llenos de vida regados con el agua de los ríos que corren entre montañas, ahí, en el bosque que rodea a la Hacienda “Las Animas” en los limites de la Villa Nueva del Carbón, encontramos a un anciano observando el valle, desde donde se escucha el agua cristalina del riachuelo y sentado en una enorme roca, acompañado de sus perros, nos invita a descansar a la sombra de los encinos.

 ¿Y ahora pa´ donde?, nos pregunta, pues no son muchos los que se aventuran por aquellos senderos, no al menos caminando así, saliendo de la nada…   Pero don José Paredes., ese era su nombre, nos platico que en otros tiempos esos hermosos paisajes, habían sido testigos de muchas encomiendas y levantamientos armados.    

 

Recuerda que cuando era niño en la época de los revolucionarios, sus padres lo mandaban a recoger el balde de leche, a una de las casas que se ubicaba en la entrada de la ranchería de los Arana, para ello debía subir el monte y atravesar el camino real que llevaba a la Villa del Carbón.   Quizá eso en cualquier otro tiempo o en algún otro lugar no tenía nada de raro, pero allí no, al menos no para él y sus recuerdos.  Ya que cuando subía por la ladera, comenzaba a escuchar entre los arboles, extraños ruidos, como si hubiera gente escondida hablándole, y en otras ocasiones recuerda como se escuchaban monedas cayendo y rodando, hasta topar con las raíces de los enormes encinos.   A pesar de eso, no podía dar la vuelta y regresar a casa, ya que seguro estaba que aparte de la tunda que le darían por desobedecer, lo volverían a mandar hasta que regresara con el encargo, así que solo apretaba el paso y sin voltear hacia los lados ignoraba los sonidos que salían de entre los árboles. 

 

Eso le ocurrió en varias ocasiones, y para su edad no comprendía lo que pasaba ni por que, sin embargo, sabía que solo eran ruidos y que podía atravesar el bosque sin que nada le pasara, así que, tomando valor, solo caminaba y caminaba, hasta que se dejaran de escuchar.   Pero lo que en verdad hizo que se le pararan los pelos, era el “Árbol de los Colgados”, un enorme árbol que aún se puede ver a la orilla del camino que lleva hacia la Hacienda De Las Animas.  A don Pedro todavía se le eriza la piel al recordarlo, casi como si estuviera ahí, bajo el árbol observando, él yendo como cualquier otro día con su cubeta por la leche, temiendo por los ruidos raros que lo espantaban, de pronto estaba observando siluetas que flotaban entre los árboles, pero no escuchaba ningún ruido, solo el viento que soplaba entre las ramas, así que admirado, y sin saber que es lo que a lo lejos se veía, se fue acercando poco a poco, hasta estar de frente al inmenso árbol, de que colgaban personas, gente que no conocía y sobre todo no imaginaba como habían llegado ahí.  Al salir del asombro comenzó a correr aventando el balde de la leche, y regresando cuesta abajo por la loma, llegó a su casa a platicarle a su padre lo que había visto.   

 

Hoy comprende la realidad de un sistema opresor, el cual ocasiona la explosión de guerrillas, tanto entre los pobres como en contra de militares y gobernantes; “eso que apareció en silencio, ante su camino, es el grito más desesperado del abuso de los pueblos. 

 

Sin embargo, la vida sigue para los que aun se quedan aquí, y aquel niño debía continuar con sus obligaciones, debía regresar por aquellos caminos polvosos para ir a recoger la leche.   Así, de un lado escuchaba a los fantasmas que quizá, le querían dar las monedas que en vida habían enterrado, y del otro lado el recuerdo de los colgados, por donde no deseaba pasar.  Pero con el tiempo, aquel lugar que le asustaba, se fue transformando en su hogar, en donde ha pasado toda su vida, aprendiendo a amar la tierra, trabajándola y cuidándola.    

 

La vida de aquellas siluetas, fueron necesarias para que los campesinos se arraigaran aún más, a sus labores, a sus aperos, a los paisajes y caminos polvosos, pero sobre todo a sus recuerdos e ilusiones. 

 

Relato Original

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